Merindades de Castilla

"A partir del siglo XIII la organización territorial de Castilla al norte del Duero adquiere un perfil totalmente distinto al que veíamos en los siglos X y XI. Los alfoces dejan de ser las circunscripciones territoriales básicas y ocupan su lugar las merindades. Hay una relación directa de evolución entre ambos modelos, pero su contenido es distinto, como lo es también su ámbito territorial."

(Ignacio ÁLVAREZ BORGE, Monarquía feudal y organización territorial, CSIC, Madrid, 1993, pag. 141.)

El poder de los primeros condes castellanos se expandió con rapidez y el nombre de Castilla correspondió pronto a un territorio mucho mayor que el original. En el siglo XI lo que había sido un pequeño condado era ya un reino que se expandía por la meseta incorporando nuevas tierras. La antigua organización territorial en alfoces fue sustituida en el siglo XII por otro sistema. Los monarcas castellanos impulsaron una nueva organización del territorio que les permitiese un mayor control del mismo.

Al norte del Duero, el reino fue dividido en varios distritos territoriales y al frente de ellos el rey colocaba a unos delegados suyos conocidos como merinos, palabra derivada del latín “maiorinus”. El territorio administrado por un merino era por tanto una “merindad”.

El reino de Castilla fue dividido en Merindades mayores y éstas, a su vez, en Merindades menores. La estructuración del territorio en merindades que tuvo su origen durante los reinados de Alfonso VII y Alfonso VIII pervivió con pocas modificaciones hasta el siglo XVIII.

A mediados del siglo XIV, la Merindad Mayor de Castilla abarcaba la mayor parte del reino. Además de esta Merindad, el poder del rey de Castilla se extendía al Señorío de Vizcaya, la Merindad Mayor de Guipúzcoa, ésta desde 1335, y a las Comunidades de Villa y Tierra, que era el sistema organizativo de las tierras situadas al sur del Duero.

La Merindad Mayor de Castilla comprendía 19 merindades menores: la Merindad de Castilla Vieja, la Merindad de Cerrato, la Merindad del Infantazgo de Valladolid, la Merindad de Monzón, la Merindad de Campos, la Merindad de Carrión, la Merindad de Villadiego, la Merindad de Aguilar de Campóo, la Merindad de Liébana-Pernia, la Merindad de Saldaña, la Merindad de Asturias de Santillana, la Merindad de Castrojeriz, la Merindad de Candemuño, la Merindad de Burgos, la Merindad de Santo Domingo de Silos, la Merindad de Bureba, la Merindad de Rioja-Montes de Oca, la Merindad de Logroño y la Merindad de Allende Ebro.

Así pues, durante la Baja Edad Media el poder regio se organizó, según historiadores como Álvarez Borge y J. M. Monsalvo, como una “monarquía feudal centralizada” y el reino como un “estado feudal centralizado” en el que los “estados señoriales” eran uno de sus elementos más importantes. Aunque pueda parecer una contradicción, los pilares en los que se basaba la monarquía castellana bajomedieval fueron la centralización y la señorialización. El sistema de organización territorial basado en merindades se fue transformando, ya que sus principales funciones, tanto las jurisdiccionales como las fiscales, fueron asumidas paulatinamente por la nobleza señorial. Las merindades no desaparecieron pero se transformaron bastante conservando únicamente su papel como distritos fiscales en relación con las rentas reales antiguas como las “monedas” o “servicios”.

El Becerro de las Behetrías, también conocido como el Libro de las Merindades de Castilla, mandado componer por el rey Pedro I en el año 1352 con el fin de conocer con exactitud los diferentes tipos de señoríos existentes en Castilla para poder responder a las reclamaciones de los señores de behetría que pretendían que las behetrías fueran convertidas en señoríos jurisdiccionales, es un documento fundamental para el conocimiento de las poblaciones existentes en Castilla a mediados del siglo XIV.